¿Qué es la Renovación Carismática?

Veni Sancte SpiritusHace algunos días le preguntaron a un amigo qué era la Renovación Carismática, y aunque dijo cosas hermosas, noté que no podía responder con exactitud a la pregunta.

Es por ello que pensé en todos aquellos que están haciendo parte de grupos y comunidades carismáticas, que participan en la alabanza tan animada que nos caracteriza, en la adoración, en las predicaciones conmovedoras que invitan al cambio y tantas otras cosas hermosas que nos regala que casi no se pueden expresar, sino solamente experimentar, pero que pocas veces nos acordamos de dónde provienen, quién las da y porqué se dan.

Así, con todo esto me encontré con este texto de Georgette Blaquiére, autora de varios libros espirituales,  que de manera muy sencilla nos dice lo que es la Renovación Carismática y que, estoy segura, nos ayudará a todos a tener un concepto claro de lo que es la RCC.

Nelly Rincón.

¿Qué es la Renovación Carismática?

Por: Georgette Blaquiére

La Renovación Carismática apareció inesperadamente en la Iglesia y ya no se puede, al cabo de los años, negar el dinamismo espiritual que le anima, las iniciativas que en ella nacen, su adhesión sincera a la Iglesia. Pero con frecuencia se desconcierta ante una variedad tan grande de carismas que resulta difícil comprender el fondo de tantas y tan diversas realidades. Se plantea, sobre todo fuera de esta corriente espiritual, una pregunta: "¿Qué es exactamente la Renovación Carismática?”.

El corazón de la Renovación Carismática, y su parte más visible, es la asamblea de oración, en la que cada uno pone en común una oración espontánea. Es normal que se viva en los grupos de oración una liberación de la espontaneidad, un amor fraternal caluroso, que uno se maraville del paso de Dios, que salga de allí con fuerzas renovadas para vivir la propia vida cotidiana con todos sus compromisos; es normal que cristianos que han descubierto a la vez al Cristo viviente y a la Iglesia, tengan deseos de gritar y compartir esta experiencia con todos.

Pero esto es la consecuencia, no el fin, de la Renovación Carismática. Las conversiones; las sanaciones de corazón, y a veces de cuerpo; las reconciliaciones; el gusto renovado por la oración y la Palabra de Dios; una práctica sacramental más verdadera, al volverse a encontrar de un modo nuevo con Dios y con la comunidad eclesial; el despertar de vocaciones; la acogida de los pobres y de los marginados de toda clase; la audacia en la evangelización. Estos son los frutos que se dan normalmente al caminar en la Renovación, si se la vive auténticamente, incluso en un grupo de oración muy pequeño y muy pobre.

Una Experiencia

No tomemos los frutos por el árbol. La Renovación Carismática no es un movimiento, se dice con justa razón, sino una corriente espiritual. Yo añadiría: una corriente suscitada por el Espíritu Santo, para hacer presente hoy la experiencia de Pentecostés. Porque Pentecostés no es un mensaje, sino una experiencia hecha por los discípulos de Jesús, alrededor de unas 120 personas. Hch 1, 15: los apóstoles, las mujeres que le seguían entre las que se encuentra María, la familia de Jesús, los que le han acompañado desde el bautismo de Juan... Comunidad nada idílica, con sus tensiones, sus luchas de influencia, sus rivalidades, pero todos tienen esto en común: Jesús se les ha manifestado y ellos han experimentado que está vivo, ellos han "comido y bebido con él después de la Resurrección de entre los muertos" (Hch 10,40). Esta experiencia les reunió aquella mañana.

La iniciativa de Dios

Pentecostés es ante todo la experiencia de la iniciativa de Dios: ellos se han reunido todos allí, en la habitación alta, por orden de Jesús: "Les mandó que no se ausentasen de Jerusalén, sino que aguardasen la Promesa del Padre" (Hch 1,4). No son los Apóstoles los que han decidido reunirse en sesión de pastoral para hacer la Iglesia y organizar la evangelización del mundo; la Iglesia de Pentecostés es una asociación piadosa nacida por voluntad del hombre. La iniciativa de convocatoria viene de Dios. Él es el que hace la Iglesia. Nosotros la recibimos como don de su misericordia.

Así, la Renovación y especialmente el grupo de oración, será esta zona franca, abierta a todos los que Dios atrae y quiere reunir, de toda edad y condición, que tienen en común una sola cosa: haber encontrado al Dios vivo y alegrarse en Él. Aquí descubrimos que Él nos ha amado primero. Él nos ha escogido, y no a la inversa.

Jesús ha ordenado a la comunidad de Pentecostés esperar la Promesa del Padre, el bautismo en el Espíritu Santo, que hará de ellos hombres nuevos y testigos hasta los confines de la tierra. Allí están reunidos en una oración unánime y perseverante, "esperando". Estamos en el corazón de un cambio en la relación con Dios: reunirnos no para hacer algo para Dios o para mis hermanos, sino para acoger lo que Dios quiere para mi, esperar con el corazón en vela y con esperanza; esperar juntos, en una oración común que es el grito del corazón de la Iglesia.

Esta es la experiencia fundamental de la Renovación Carismática: aceptar que Dios tome la iniciativa. Aprender, ante todo, a recibir el don de Dios, a escuchar lo que Dios tiene que decirnos, a velar, a esperar, a permanecer en la noche y en la fe.

La Renovación Carismática debe ser ante todo un espacio de libertad para Dios, un espacio de espontaneidad, donde Él puede comportarse como Dios, manifestarse como Dios. Es "dejar a Dios ser Dios".

Muy frecuentemente encerramos a Dios en la mezquindad de nuestros propios intereses, de nuestros ritos, nuestros métodos, e incluso a veces de nuestra oración. Tengo a veces la impresión de que Dios ha suscitado la Renovación para actuar a su aire. Entonces, lo mío es acoger sus imprevisibles iniciativas; descubrir la profundidad de su designio de amor sobre el mundo, sobre la Iglesia, y sobre mi propia vida, más allá de lo que yo me había atrevido a pedir o esperar.

La Efusión del Espíritu

Pentecostés es la experiencia de la efusión del Espíritu Santo, viento y fuego violento, que "llenó la casa" y después se dividió en lenguas, posándose sobre cada uno personalmente. "Todos entonces quedaron llenos del Espíritu Santo" (Hch 2,1-4).

No son individuos que, separadamente, van a recibir el Espíritu Santo y se reagrupan después para hacer la Iglesia. Desde el bautismo de Jesús, el Espíritu reposa sobre el cuerpo de Cristo (Mt 3,16), y a partir de la efusión del Espíritu sobre el Cuerpo de Cristo, que es su Iglesia. Y cada uno recibe así su plenitud.

Este Espíritu Santo es a la vez "infusión" y "efusión". Es decir, plenitud interior, fuente que salta en el corazón, y fuerza de lo alto que reviste a los discípulos -como con una capa- del poder y del amor del mismo Cristo. "Os habéis revestido de Cristo" (Gal 3,27). Es la experiencia de esta fuente viva, abierta en nosotros en el bautismo y en la confirmación, pero con frecuencia atrofiada; es la toma de conciencia renovada -más que nuevo bautismo- del don de Dios, que se entregó por mí porque me amó. Percibir, en el gozo y la paz, que Dios está vivo, que me ama, que quiere ser mi vida y mi gozo, que me da hermanos y hermanas, porque la dimensión comunitaria es parte integrante de Pentecostés. Y al mismo tiempo, es audacia gozosa que abre la boca, poder de Dios… para salvar. Fuerza, hasta el martirio, concedido si es preciso, para pronunciar el único nombre por el que nos podemos salvar.

La Renovación Carismática es así un lugar de Iglesia, donde voy para poder hacer esta experiencia: la efusión del Espíritu que es corazón. No se trata de una experiencia epidérmica de mi sensibilidad, sino de la liberación de mi ser espiritual, de mi ser de hijo de Dios a imagen de Cristo. Allí descubro mi nombre secreto, mi nombre de bautismo, el de mi eternidad. Allí descubro también las exigencias de la "fraternidad" en la fe que va más allá de un compañerismo.

La realidad de la Iglesia

La experiencia de Pentecostés es también la experiencia de la Iglesia, pueblo de alabanza. Desde que son investidos por el Espíritu Santo, los discípulos cantan en lenguas y cada uno los oye "publicar, en su lengua, las maravillas de Dios". La alabanza de la Iglesia reunida precede al anuncio del kerygma, porque la alabanza es la función fundamental y eterna de la Iglesia. La evangelización no es más que para este tiempo y este mundo. La alabanza es de siempre y para siempre.

Nosotros somos este pueblo nacido de la misericordia, salvado por la cruz de Cristo, que se deja "traspasar el corazón" por su Señor y entra en un camino de conversión y de arrepentimiento. A través de este arrepentimiento, renace entre olas de gracia, y se levanta para cantar el canto de los salvados: "volverán gritando de gozo los rescatados del Señor"... La alabanza no es un adorno de la Iglesia, sino su dinamismo fundamental.

Quizá nos hablen, al escuchar este lenguaje, de "desenganche". Se nos dirá que es más urgente ayudar al hombre a liberarse de las estructuras opresoras que reunir cristianos en las iglesias para cantar la gloria de Dios. Esto no es verdad. No hay que oponer lo uno a lo otro. Releamos el libro II de las Crónicas en el capítulo 20: vemos que los combates más duros son de Dios, no nuestros. Por eso delante del ejército marchan los sacerdotes con vestiduras litúrgicas cantando la alabanza del Señor.

Cuerpo de Cristo

La Iglesia es una realidad organizada, no una organización, y Pentecostés es el momento en el que los discípulos reunidos se convierten en el "cuerpo" viviente del Señor. Desde el primer momento le son dados todos los carismas para la evangelización, es decir, para el crecimiento del cuerpo (Hch 4, 20-30). Los signos del Reino brillan al paso de los apóstoles, en particular, las curaciones, para que todos sepan que Jesús es Salvador, que está obrando en el mundo hasta el fin de los tiempos.

Jesús actúa hoy y la Renovación Carismática es uno de los lugares donde se experimentan los dones de Pentecostés, siempre renovados para que la Iglesia se convierta en un cuerpo "salvador", al servicio de la evangelización del mundo. No es extraño que Dios "renueve en ella sus maravillas" -como pidió Juan XXIII- a medida de la miseria del tiempo presente; y que estas maravillas no sean siempre reconocidas y aceptadas como puede ocurrir con la Renovación.

Pero hay que atreverse a hablar de Jesús, y no usar otra cosa -ni sabiduría, ni técnica, ni ideología, ni teología, ni otro lenguaje- que el de Jesús Crucificado, escándalo y locura para el mundo, pero lenguaje de poder y de misericordia. ¿Con qué derecho podemos privar nosotros a esta generación del anuncio del Dios vivo?


Si la Renovación Carismática no es evangelizadora con el poder y la "locura" del Espíritu Santo, traiciona lo esencial de aquello para lo que Dios la ha suscitado. Porque los carismas no se pueden ejercer en ella, más que dependiendo de la fe y de la comunión fraterna. Los "milagros" no son más que las "maravillas" de la fe, la "epifanía" de la fe. La experiencia de Pentecostés no está superada hoy. A nosotros nos corresponde permitir que ella se manifieste. Por eso, Pablo VI pedía para la Iglesia un pentecostés "permanente".

(Nuevo Pentecostés, nº 86)