Como el buen pastor

Por Nelly Rincón Galvis.

En el discurso del 13 de mayo de 2007 en el Salón de Conferencias del Santuario de Aparecida, su santidad Benedicto XVI exhortó a “la gran tarea de custodiar y alimentar la fe del pueblo de Dios, y recordar también a los fieles de este continente que, en virtud de su bautismo, están llamados a ser discípulos y misioneros”

Vemos que su Santidad enfatizaba en aquella época la necesidad de una fe personal y legítima en Jesucristo para obtener la salvación, y que para llevar a cabo esta misión, se hacía necesario el seguimiento y acompañamiento de quienes asumen este reto en la Iglesia, siendo discípulos y misioneros.

En esta época de “profundos cambios”, la Iglesia y las comunidades no pueden ser indiferentes. Es preciso entonces que haya dirección y guía, es decir, que haya pastores y que estos a su vez sean personas santas y acogedoras para que puedan conducir a la Iglesia por el camino que Jesús ha mostrado. La gente tiene hambre y sed de Dios y el desafío de los pastores es saciar esa hambre y esa sed. Se ha despertado en muchos la necesidad de los sacramentos, del estudio de la Palabra, de reunirse en comunidad. La gente está necesitando ser guiada por estos caminos que a veces se presentan como valle oscuros.

En la Iglesia católica el término pastor está ligado a la labor de los obispos y sacerdotes y en la Biblia aparece la palabra pastor y pastores que se interpreta como una función, como un servicio. Se muestra al pastor como la persona que cuida, guía y apacienta las ovejas, así como Jesús se mostró como el buen pastor cuidando de sus discípulos. (Juan 10:11, 14).

En el Nuevo Testamento, la referencia al pastoreo en las primeras comunidades nos la trae Efesios 4,11. Pablo hace alusión a los ministerios que ayudan a la organización de la Iglesia, a guiarla. Pero en muchas otras ocasiones también se asocia el pastoreo con guías de la iglesia primitiva, donde se guiaba, protegía y se hacia la corrección fraterna, dando así seguridad a los primeros cristianos.

Del Antiguo Testamento podemos tomar el salmo 23 que siempre será una guía en esta labor. Allí Dios se presenta como modelo de Pastor y describe toda la dinámica que acompaña este servicio, llevando el redil a pastos verdes, a beber en fuentes de aguas tranquilas para que reparen sus fuerzas y por sendas de justicia; las acompaña a través de los valles oscuros para que no tengan miedo, les prepara la mesa, les perfuma la cabeza y su bondad y su amor las acompaña siempre. Todo esto lo desarrolla el salmo utilizando símbolos fáciles de comprender por todos: el camino, el agua, la oscuridad de la noche, el banquete, los perfumes, etc.

Del versículo 1 al 4 el pastor que cuida de sus ovejas; en los versículos 5 al 6, muestra acciones del que recibe un huésped en su casa, es decir, el que acoge, da de comer y de beber para que recobre sus fuerzas y unge al visitante que en su travesía pudo haber tenido quemaduras por el sol. En medio de toda la descripción está el texto central que es “Tú estás conmigo” que une las dos secciones del salmo.

Este salmo delinea un camino para el ministerio pastoral y la dirección para los pastores bajo la santidad sin la que nadie verá al Señor: “Buscad la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (He. 12:14). Entonces una de las responsabilidades del pastor es servir como un guía diligente y eficiente para conducir el rebaño por el camino de la santidad.

De esta forma, una de las prioridades y responsabilidades de los pastores es la santificación: “Santifícalos en tu verdad, Tu Palabra es verdad” Juan 17:17. La santidad es lo que nos identifica como hijos de Dios y proviene de la verdad y la verdad de la Palabra de Dios.

La santidad no se consigue con nuestras propias fuerzas, aunque en nuestro corazón haya el deseo de agradar a Dios, de servirle, adorarlo y glorificarlo; pero para ello necesitamos de la Gracia de Su Espíritu Santo, pues con nuestras fuerzas no podemos, pero con la ayuda de Él, todo es posible.

“No cuentan el valor ni la fuerza, sino sólo por mi Espíritu - dice Yahveh Sebaot” (Zacarías 4, 6)

Los pastores que cuidan el rebaño se deben en fidelidad al Señor y a su Iglesia y a la guía de su Espíritu para santificar a sus fieles y a someterse al Buen Pastor de tal manera que las ovejas le conozcan y le amen. “Pastoread el rebaño de Dios” (1 Pedro 5:2).

Otro maravilloso pasaje de la Biblia que nos habla de pastores, o mejor del Señor como pastor de Israel es Ezequiel 34: “Porque esto dice el Señor Dios: «Yo mismo buscaré mi rebaño y lo apacentaré. Como recuenta un pastor su rebaño cuando está en medio de sus ovejas que se han dispersado, así recontaré mis ovejas y las recogeré de todos los lugares en que se dispersaron en día de niebla y oscuridad. Yo mismo pastorearé mis ovejas y las haré descansar, dice el Señor Dios. Buscaré a la perdida, haré volver a la descarriada, a la que esté herida la vendaré, y curaré a la enferma. Tendré cuidado de la bien nutrida y de la fuerte. Las pastorearé con rectitud». A vosotros, rebaño mío, esto dice el Señor Dios: «Yo juzgo entre oveja y oveja, entre carneros y machos cabríos». (Ez 34,11-12.15-17)

En varios apartes del libro de Ezequiel, se reconviene a los pastores que no han llevado al rebaño debidamente y el Señor, pastor celoso, llama la atención sobre este asunto, pero va más allá de esto. Él mismo se pone al frente de la labor: “Yo mismo buscaré mi rebaño y lo apacentaré”. El Señor, Pastor supremo toma la responsabilidad de manejar personalmente a su pueblo sin mediadores (vv. 11-22). Siendo así, Ezequiel enseña que Dios es pastor para su pueblo, pastor atento de sus ovejas que las atiende y las cuida.

En el Nuevo Testamento, Jesús vuelve a retomar esta figura de buen pastor al exponer en el evangelio de Juan (Jn 10,1-21), cómo las defiende, las guía, las cuida y cómo Él, Jesús, es la puerta para esas ovejas. En los evangelios de Mateo y Lucas presenta la alegría del Padre al encontrar a la oveja perdida (cfr Mt 18,12-14; Lc 15,4-7). Este gesto de poner la oveja sobre sus hombros, una vez hallada, está lleno de afecto, cariño y ternura. Hay un juego allí de sentimientos y emociones; hay cierta intimidad, un amor intenso que lleva a querer tener esta oveja, que se había perdido, muy cerca de sí. El gesto conlleva protección, amparo, resguardo y seguridad.

Tenemos entonces y a manera de conclusión, que Dios es un pastor que se alegra cuando encuentra a su oveja perdida. Que es como un padre y madre, que quiere a todos sus hijos por igual, pero que de manera especial se preocupa por aquel que se ha perdido, que se ha desviado del camino y lo conduce nuevamente por el camino de la santidad, porque comprende sus errores y equivocaciones.

Él nos busca, nos abraza, nos perdona si nos descarriamos. A Él no le da lo mismo si nos perdemos o no, nos conduce para que eso no suceda. Él cura la pata rota de la oveja que fue lastimada y la consuela. El sale en defensa de la que está a punto de ser atacada y tiene misericordia de la oveja arisca e impaciente. Su amor por su rebaño es tan grande, que no hay cómo agradecerle tanta bondad y tanto cuidado; solo nos corresponde dejarnos cuidar por Él, permitirle subirnos a sus hombros y sentir su ternura en todo nuestro ser.