De la Fe inútil a la excelencia de la Fe

Santiago 2, 19-22

Cuando vemos un avión que enciende sus motores y empieza su recorrido, carreteando por la pista a una velocidad lenta y cuidadosa, es un momento de preparación para llegar a una pista recta, donde emprenderá su vuelo con el objetivo de llegar a su destino.

Sin embargo, si antes de tomar la pista debe suspender el vuelo por alguna circunstancia, el avión puede volver al lugar de inicio y apagar sus motores. Pero, si el avión ha entrado a pista y se ha dado la orden de despegar, entonces el avión ya no tendrá retorno, no se detendrá, pues se ha pisado hasta el máximo el acelerador y el vuelo sólo avanzará y tomará altura hasta llegar al lugar destinado.

Con este ejemplo podemos dibujar el sentido de la fe en la familia, en la persona, en la pareja y en su experiencia con el Señor, ya que con la fe que despertemos desde lo profundo del corazón hará que se mueva el Corazón de Dios y se abrirán las puertas del cielo para hombres, mujeres y hogares, derramando sin limites bendición, bondad, misericordia, esperanza y Vida.

Uno de los rostros del cristiano que vive una experiencia profunda con el Señor es la Fe. Este don, dirá el texto a los Hebreos, que…por ella fueron alabados nuestros mayores (Hb 11,1). Más aún, se afirmará que sin fe es imposible agradar a Dios (Hb 11,6), pues para acercarnos a Dios necesitamos creer que Él existe, manteniéndonos firmes, como si estuviéramos viendo al Dios invisible, así lo hizo Moisés (Hb 11, 27), para recibir de su recompensa, es decir que si no hay fe con obras no se podrá agradar a Dios ni tampoco hacer lo que a Él le agrada.

En nuestra cotidianidad nos encontramos con una serie de contrastes que desvirtúan el sentido de la fe cristiana: somos expertos en hacer novenas, promesas, peregrinaciones, cuidamos de no faltar a la Eucaristía, de rezar el Rosario, de acogernos a algún santo, de comprar cuadros de diferentes advocaciones. Todo lo anterior es valioso e importante, pero no es completo si no manejamos nuestra lengua, si maltratamos la creación, si nos dejamos mover por los instintos de violencia, si nos dejamos vencer de la dificultad o del problema, si mantenemos tristes, desanimados o desilusionados, si no servimos y mostramos con apasionamiento al Señor en cada una de nuestras facetas de la vida.

Por otra parte, es común encontrar personas que culpan a Dios o al enemigo de todo lo malo que les pasa en su vida. Algunos hacen sacrificios deshumanizantes, que maltratan el cuerpo, la mente, el espíritu, tales como echar a los zapatos piedras, o poner maíz en el lugar donde se va a arrodillar, caminan descalzos, con el fin de despertar la bondad de Dios o de llamar su atención. ¡A eso le hemos llamado Fe.!

La Epístola Católica de Santiago, con su estilo literario auténtico, propio y maduro hace que cada palabra que allí se encuentra recuerde el valor o el reino de la fe en su significado vital y práctico. Subraya que la fe no es abstracta, ideal, irreal, invisible y vacía, sino que va de la mano con la vida diaria y con la acción que ejercemos junto con los seres que amamos y aquellos que debemos amar más.

¿Cómo la fe puede llegar a ser excelente y no pueda detenerse? La fe no es sólo afirmar que se cree en la persona de Jesucristo o por pertenecer una religión, pues dirá Santiago, que eso también lo hacen los demonios (St 2,19; Mc 1,24.34). Pablo asevera en la epístola a los Romanos 10, 8-15: no basta sólo con confesar con nuestra boca que Jesús es salvador, sino que también debe hacerse con el corazón para que cuando se invoque otros también crean, pero ¿Cómo invocarlo si no han creído en él, si no han oído hablar de Él? Una fe auténtica y con excelencia es una fe que cree en el Señor, y que por creer siempre está disponible para amar, respetar, valorar la vida con todo lo que ella implica, ya sean momentos de dificultad o espacios de alegría y gozo.

Acoger una fe verdadera y en excelencia implica para nosotros, como creyentes, vivir la ley de la libertad, de la autonomía, del respeto, de la responsabilidad, del compromiso. Esa es la fe que nace de una experiencia con el Señor, donde nos dejamos seducir por Él, y Él nos acoge, deleitándose en cada uno de nosotros.

No puede haber en el que cree un doble ánimo, o una doble vida (St 1,8), guiado por los estados y acontecimientos de su vida y de su día. El que tiene fe no sólo confía en el Señor, sino que se esfuerza con su vida y con sus obras y acciones mostrando la fe que experimenta, esto es que por los hechos y por la fe en Dios se llega a la perfecta fe.

Dejar de lado esas prácticas de fe infantiles que sólo buscan o tienen la intención de hacer que Dios se compadezca de nosotros, es abrirnos a una fe donde triunfa la misericordia, el amor, la bondad, la justicia. Abiertos a una fe de excelencia descubrimos que los hombres y las mujeres son más misericordiosos, que las parejas, los cónyuges, las familias, las comunidades y la sociedad viven la justicia, el amor, la reconciliación y la paz.  

Cuando juntamos la fe y la cotidianidad de nuestra vida, no sólo agradamos a Dios, sino que movemos su Corazón, el cual se desborda para bendecir a cada persona, familia o labor, sin limitaciones. Es así, entonces como el creyente tiene en su corazón un don inmenso, que al ser usado de manera adecuada será un hombre o una mujer, imágenes (iconos) con una fe audaz, sin límites, capaz de levantar vuelo sin retorno por la gracia del Espíritu Santo, con el fin de abrir espacios y caminos de vida, esperanza, justicia, unidad, misericordia y libertad para quienes tiene cerca o aquellos que aún no conoce. Una fe que moverá montañas, y derribará muros, barreras, gigantes, dragones, virus; transformando su vida y su entorno social, familiar y comunitario.

La página del evangelio de Mateo 15, 21-28, donde se nos narra sobre la mujer sirofenicia (cananea), es un ejemplo de cómo mover el corazón de Dios cuando se tiene y se vive la fe con excelencia en la cotidianidad de la vida. Otro ejemplo es la actitud de Jesús frente a la necesidad del centurión (Mt 8,5-13). La fe con obras, y hechos concretos de vida y de esperanza no será inútil, es una fe de excelencia, conducida por la persona del Espíritu, que traerá no sólo felicidad para nuestra vida, sino que también sanará, levantará, renovará a otros, y los hará también felices. Santiago nos dirá: “la religiosidad auténtica y sin tacha a los ojos de Dios Padre consiste en socorrer a huérfanos y viudas en sus dificultades y en conservarse firme ante los deseos del mundo” (St, 1,27). Esta fe es un don que nos “obliga” a salir de sí mismos (egoísmos, hipocresías, soberbia, orgullo) para desbordarnos en atenciones por el hermano: “la oración hecha con fe salvará al enfermo” (St 5,15), como Dios se desborda en atenciones por sus hijos.

Conclusión

La fe es una semilla celestial que debe fecundar nuestra vida, nuestra tierra que es la familia, la iglesia o el lugar donde el buen Dios nos permite pisar. Una fe que necesita de cada persona para que sea auténtica y no estéril. No dejemos que el don de la fe que el Señor nos ha dado vuelva al inicio para quedarse estancado o encasillado en cumplimientos, que si bien no son malos, tal vez si no se aplican en la vida, no dejarán descubrir nuevas cosas que el Buen Dios quiere mostrarnos para nuestra vida y para la familia que anhelamos, pues la verdadera fe que nos hará felices es darlo todo por el otro, como el Hijo lo dio todo por nosotros. ¿Cómo se moverá el Corazón de Dios? Con una fe unida a las obras y las obras fecundadas con el espíritu de la fe.

Para reflexionar

¿Cómo estoy viviendo mi fe con mi familia y las personas que están a mi alrededor, aún aquellas que no conozco, pero que son también mis hermanos?

¿Cuál es mi actitud frente a los problemas y dificultades que se presentan en la cotidianidad de mi vida familiar o laboral?

¿Qué compromiso o propósito voy a tomar para que mi fe no sea una fe inútil, sino una fe de excelencia?

Para profundizar

Sugerimos tomar los siguientes textos bíblicos: Mc 9, 21-24; Lucas 10, 25-37; Mt 15, 21,28; St 2,1-4.14-17; Hb 11,6.23-27; St 1, 5-7; Hb 12, 1-2