FUNDACIÓN HOMBRES Y MUJERES DE FUTURO

MINISTERIO DE MAESTROS - GUÍA DE PREDICACIÓN

OCTUBRE 15 / 2014

LA CONVERSIÓN DEL CORAZÓN

(Mt 1,15)

 

Objetivo

Renovar el sentido de nuestra conversión a Jesucristo que sigue resonando en la vida de los cristianos, para recobrar fuerzas y con la ayuda de la gracia, seguir en el combate de la vida cristiana.

Introducción

La vida nueva recibida en la iniciación de nuestra vida cristiana, no suprimió la fragilidad ni la debilidad humana, como tampoco la inclinación al pecado o nuestra propia concupiscencia. Por ello necesitamos revitalizar el sentido de nuestra conversión, ese llamado que nos hace el Señor como parte esencial del anuncio del Reino de los cielos.

Desarrollo

Dios nos llama a entrar en comunión con Él, pero lo cierto es que por la falta del primer hombre, entró el pecado al mundo y desde entonces habita en lo más profundo del yo del ser humano. Cada hombre ha aceptado voluntariamente el yugo de las bajas pasiones, de su propia concupiscencia. Por tanto, la respuesta al llamado del Señor le exigirá al hombre, desde el punto de partida una conversión y luego, a todo lo largo de su vida una actitud penitente. Aquél que se encuentra con Cristo es capaz de ver su propia miseria y con una apertura total a su voluntad, se dispone a entregar permanentemente aquello que lo separa del amor de Dios. Por esto la conversión y la penitencia ocupan un lugar primordial en la vida del cristiano.

Uno de los términos más empleados en la Biblia para hablar de conversión es sub que traduce “cambiar el rumbo”, como cambio de dirección; en el contexto religioso significa apartarse de lo malo y volverse a Dios, lo que implica necesariamente un cambio de conducta, una nueva orientación de todo nuestro comportamiento. Conlleva también un compromiso del cristiano a romper con el pecado, a renunciar a la seducción del mal y tomar la decisión de un cambio radical de vida, con la esperanza de la misericordia divina y con la confianza de la ayuda de Su gracia.

Los profetas en el A.T. nos hablan del corazón endurecido del ser humano (Cf Ez 36,26); por esto, la conversión es en primer lugar una obra de la gracia de Dios que hace que nosotros volvamos a Él nuestro corazón. Dios y sólo Él es quien nos da la fuerza para comenzar esa nueva vida.

La penitencia interior del cristiano tiene expresiones muy variadas. La Palabra de Dios nos menciona tres formas que son: el ayuno, la oración, y la limosna, que expresan a su vez la conversión con relación a sí mismo, a Dios, y a los demás. Son también manifestaciones de conversión: los esfuerzos realizados para reconciliarnos con el prójimo, las lágrimas de penitencia, la preocupación por la salvación el prójimo, la intercesión y la práctica de la caridad.

En la vida cotidiana se manifiesta nuestra conversión en la atención esmerada a los más necesitados y practicando la justicia. También, nos apremia a los convertidos la necesidad de perdonar y pedir perdón por las ofensas que hemos cometido, la conciencia de ser humildes, generosos, dóciles, sensibles, conciliadores y valientes.

Aprendemos también a ver la vida y sus avatares con un cariz diferente, aceptando y uniendo nuestros  sufrimientos en la cruz de Cristo para su propósito redentor, a renunciar a nosotros mismos y a tomar nuestra cruz para seguirlo a Él, nuestro único Señor.

La conversión y la penitencia diarias encuentran su alimento en la oración, la lectura de la Palabra, la sagrada Eucaristía vivida como la más íntima unión con el cordero inmolado por nosotros, por nuestra salvación, y la vida comunitaria que nos ofrece un espacio de crecimiento y una buena oportunidad de darnos a Dios en el servicio a los hermanos.

En la llamada parábola “del Hijo pródigo”, o “del Padre misericordioso”, como le llaman algunos, Jesús nos describe maravillosamente el proceso de conversión y penitencia que hemos de tener: la fascinación del hijo por una “libertad” ilusoria, el abandono de la casa paterna, luego la miseria extrema a que se ve abocado tras haber dilapidado su fortuna, la humillación profunda de tener que cuidar cerdos y peor aún, desear comer lo que ellos comían  por estar en un grado extremo de hambre; la reflexión sobre los bienes perdidos; el arrepentimiento y la decisión de declararse culpable ante su padre y de emprender el camino de retorno para encontrar una espléndida acogida de su padre.

Todos estos pasos son rasgos propios del proceso de conversión, descritos por el Señor Jesús, pues sólo Él, que conoce el corazón del Padre y la profundidad de su amor por cada uno de nosotros, pudo revelarnos ese abismo de misericordia de una forma tan llena de simplicidad y de belleza.

 

Conclusión

El vestido, el anillo y el banquete son símbolos de la vida nueva a la que estamos llamados: la vida de quien se vuelve a Dios, una vida llena de gozo y sobre todo de una esperanza distinta, una esperanza que trasciende todo lo terreno.

 

Taller

¿Cómo se manifiesta en ti la conversión a Jesucristo?

¿Cómo alimentas tu vida de conversión?

Bibliografía:

CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA,

X.Léon-Dufour- Vocabulario de teología Bíblica.