La escucha, secreto del corazón adorador

…y la gente se agolpaba para escuchar la palabra de Dios… (Lc 5,1)

escuchaEntre las actividades de una comunidad evangelizadora o familiar, que son preparar, servir, cocinar, formar, estudiar, hay una especial que no puede dejarse de practicar: La Escucha. Ésta consiste en ser dócil, obediente a las graciosas inspiraciones de la Persona Adorable y amada del Espíritu Santo, para donarse, sacrificando algo de sí, experimentando lo bello del corazón Dios y de la persona cercana y amada.

Saber escuchar es importante en las relaciones, no sólo con Dios, sino con las demás personas porque es un acto de humildad en el que se da preferencia al otro. Una máxima oriental afirma que nadie pone más en evidencia su torpeza y mala crianza, que el que empieza a hablar antes de que su interlocutor haya concluido. Escuchar exige esfuerzo, sensibilidad y sabiduría del corazón. Por eso, el secreto de todo adorador, que ama al Señor, a la familia, al prójimo, está en la escucha.

 

El escuchar es un arte, un don generoso de incalculable valor porque no sólo exige dominio y olvido de sí mismo, sino que hace de las relaciones personales un genuino diálogo, donde se recibe del otro después de haberle dado lo mejor de sí mismo: la escucha. Sin embargo, el escuchar es la cosa más difícil que hacer. Cuando no hay la capacidad de escuchar, tampoco hay verdadero diálogo ni transparencia. Solamente habrá monólogos egoístas y tediosos que empobrecen desvirtuando la armonía, el respeto y la sinceridad de la convivencia comunitaria y familiar.

En el evangelio de Lucas unas de las actitudes de los personajes que allí aparecen en los relatos, es el Escuchar: María escucho, la voz del Ángel Gabriel para recibir la voluntad de Dios (Lc 1, 26-38); los pastores recibieron la gran noticia del nacimiento del Salvador, la escucharon y se pusieron en pie para ir a toda prisa a donde estaba el niño, con José y María (Lc 2, 8-20); Pedro, aun cuando había intentado pescar sin haber hallado nada, escucha y obedece la orden que Jesús le da, echar las redes para pescar: por tu palabra echaré las redes (Lc 5,5b); Jesús, como peregrino, cuando sale al encuentro de los discípulos de Emaús, los hace hablar, para Él poder escuchar lo que había en el corazón de estos hombres que iban discutiendo por lo que había pasado en Jerusalén (Lc 24, 13-24).

La razón por la que se insiste que se debe escuchar, no está reducida a oír ruidos o palabras en medio de la prisa y del estrés, sino el conocer mejor a Dios en la experiencia, y en el compromiso diario de la vida cristiana. Hoy dentro de los hogares familiares, padres e hijos, esposos no hay comprensión porque no se presta atención a las insinuaciones y voces que se quieren expresar. Hay poca capacidad de escucha, mutilando el diálogo. Para conocer y aprender a esperar en Dios, hacer su voluntad en el tesoro que Él ha dado a través de una esposa u esposo o de unos hijos, es imprescindible que la actitud sea más de escucha.

Quien escucha la voz de Dios, como la buena oveja que escucha la voz de su pastor hará de su comunidad familiar un oasis de amor, reconciliación y paz. La esencia y el milagro del diálogo, la comprensión, se basa en la escucha y en los silencios que hacemos para escuchar lo que opina la otra persona.

Si tomáramos la actitud de escuchar más y hablar menos, el adorador, la sociedad, la familia cambiaría radicalmente y, poco a poco iría adquiriendo un rostro más humano que lleve a otras personas  a vivir la experiencia del amor, de la vida y de la esperanza. Nadie puede amar, si no ha conocido el amor. Pero, para conocer el amor, es necesario haberlo escuchado, vivido en el corazón, y así desbordarse por aquel que tienes cercano o lejano para amarlo.

Pidámosle al Buen Dios que nos ayude a ejercitar y crecer en la actitud de escucha para que sepamos dialogar y convivir en armonía y solidaridad con los demás. Que sane esa extraña enfermedad de hablar por vicio, sin atender a los otros. Que nos conceda la gracia que al querer hablar, abramos primero los oídos para que sea fecunda la palabra que después pronunciemos hacia el prójimo. Que con María, la Virgen que escuchó y guardo en su corazón la palabra de Dios, practiquemos el don de la escucha y demos frutos de apertura sincera hacia el otro, esforzándonos por comprenderle, amarle y aprender de él.

Luis Fernando Castro Parra
Teólogo PUJ