La adoración a través de la danza

Por: María Herminda Morales Wilches (Ministra de Danza)
 
Danza de alabanza
“¡Alabad al Señor con pandero y danza!”
(Salmo 150, 4)
 
La danza como elemento de adoración en las comunidades cristianas.
 
Es propio de la naturaleza humana expresar los sentimientos y pensamientos; el ser humano jamás ha podido ni podrá reprimirse a sí mismo, su cuerpo será el instrumento primordial para expresarse y comunicarse, para manifestar sus necesidades más vitales: de alimento (caza y la recolección), de culto (ritos fúnebres, lluvia, trueno, rayo, salida y ocaso del sol, la luna), de lo social (galanteo, matrimonio, guerra). Estas manifestaciones se van convirtiendo en danzas, incluyendo siempre en ello un carácter colectivo. La procesión en torno a un objeto sagrado o a un árbol es una de las formas de coreografía más antigua.
 
La danza ha formado parte de la historia de la humanidad desde el principio de los tiempos, hace parte de la misma naturaleza humana. El ritmo ya estaba incorporado en el propio funcionamiento de su organismo, con la respiración y los latidos del corazón, principios que hacen nacer la música y la danza. Inicialmente, la danza estaba ligada al ritual y a lo religioso, pero con el tiempo fue tomando algunas connotaciones culturales y sociales.

La danza es una manera de plasmar las emociones, sentimientos e ideas a través de la belleza y armonía del cuerpo. La mezcla del movimiento, el ritmo y la expresión corporal le da forma a la danza como manifestación artística y del espíritu del hombre. En este orden de ideas, en su respectivo momento histórico y aún hoy en día, el pueblo de Israel no ha sido ajeno a la experiencia de la danza como expresión de lo sagrado y lo comunitario. Uno de los momentos más eufóricos en los que este arte se vivenció en el pueblo escogido fue el famoso paso por el Mar Rojo, liderado por Moisés (Éxodo 15). De igual forma, el Rey David incorporó de manera especial a los cultos la música y la danza, llegando a convertirse en un gran salmista y danzarín.

En nuestro tiempo, la Renovación Carismática Católica, como corriente de gracia dentro de la Iglesia, avalada por el Vaticano en 1967, adoptó la danza como una de sus expresiones más comunes, como un carisma para resaltar la libertad, el gozo, el júbilo y la alegría que experimenta el creyente por la acción del Espíritu Santo en su vida, en un proceso de discipulado y crecimiento continuos. La espiritualidad de la RCC ha permitido que la danza sea una de las maneras más espontáneas de oración en las reuniones de grupos y comunidades, en congresos y eventos de alabanza o en otros momentos y lugares adecuados para ello.

Así como la música permite que los fieles experimenten la vivencia sacramental de manera más directa (Sacro Santum Concilium), la danza, en relación con la liturgia, ha encontrado un lugar, incorporándose en el rito eucarístico en los momentos más propicios como la entrada, el gloria, el aleluya, el ofertorio, el santo y la comunión (como experiencia de adoración en espíritu y en verdad).

Por último, vale la pena resaltar la capacidad que tiene la danza de congregar a los creyentes en celebración, creando un clima de fraternidad y unidad entre hermanos. De la misma forma en que el pueblo judío danzaba formando círculos representando la unidad y simbolizando la presencia de Dios en medio de su pueblo, los Ministerios de Danza de la RCC actualizan esta expresión para exaltar la gloria de Dios y para regocijarse como hermanos en el Señor.