La gracia de ser intercesor

Por María Adix Marín V.
 
Dios creó al hombre con tres propósitos principales
 
1. Reflejar la naturaleza de Dios
 
Entonces dijo Dios:”Hagamos al ser humano como a nuestra imagen y semejanza” (Gn.1, 26). Esto nos indica que fuimos creados para tener su naturaleza y su carácter moral.
 
Para que el hombre desarrolle la imagen y el carácter de Dios, es indispensable tener comunión intima con El.  Es este uno de los grandes propósitos para lo cual Dios nos creo y así reflejemos, su carácter, amor, bondad, misericordia, santidad, paz, autoridad y poder.
 
2. Plasmar sus planes, propósitos y voluntad en la tierra
 
Dios dota al hombre de características especiales para este fin:
 
  • Libertad para actuar en la tierra 
  • Derecho legal y autoridad para operar en ella.
  • Libre albedrío para tomar decisiones para que con sus acciones cumpla con la voluntad de Dios en la tierra. Es decir Dios estableció su voluntad aquí en la tierra con la cooperación del hombre. Es así como Dios puede plasmar su propósito y su voluntad.
3. Tener comunión íntima con Dios
 
Dice la Palabra que, en el principio Dios se paseaba por el huerto del Edén y hablaba con Adán, por cuanto la comunicación era directa –el hombre con su Creador- Hoy el anhelo de Dios sigue igual.
 
Desde el principio, Dios estableció en su Palabra, que el único con derecho legal para gobernar, señorear y actuar aquí en la tierra es el hombre; creó al hombre a su imagen y semejanza para que el hombre llevase a cabo su voluntad en la tierra.
 
Una de las muchas formas de plasmar la voluntad de Dios es interponerse entre el que tiene de más y el que nada o muy escasamente tiene. Es decir intercede para que le sea suplida la necesidad del que nada tiene. Para que este propósito se cumpla Dios da poder a quien recibe y acepta el llamado convirtiéndose en un intercesor. 
 
Los integrantes del ministerio de intercesión tienen en común el don o la gracia  de clamar por otros siempre, en virtud del sacerdocio de Cristo, es la misión específica que han recibido  de Dios quien ha sensibilizado tanto su corazón que siente dolor y amor por el hermano, inclusive llega amar a quien le hace daño “Pero a vosotros que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen” (Lc.6, 27-28)
 
Refleja la naturaleza de Dios por su permanente comunión con El, siempre tiene hambre y sed de su Palabra, hasta configurarse con el sentir de Cristo. Para el intercesor no le es desconocido lo escrito por Marcelino Iraquí en su libro “Ante el Trono de Gracia” “Misericordia quiero y no sacrificios”  Son palabras proféticas que resuenan en quienes como intercesores nos penemos en la presencia del Señor y por pura gratuidad recibida, nuestras  entrañas son de misericordia. Con gran compasión nuestro corazón se une al que sufre.
 
Sentir que nada se puede hacer ante el dolor es aceptar el desgarrón de María junto a la Cruz de Jesús, es llegar a la máxima pobreza. “No está en el número tu fuerza, ni tu poder en los valientes, sino que eres el Dios de los humildes, el defensor de los pequeños, apoyo de los débiles, refugio de los desvalidos, salvador de los desesperados." (Jud.9, 11).
 
Para todo intercesor es vital la unidad en el cuerpo de Cristo “Separados de Mi, no podéis hacer nada” (Jun.15, 5) Esta unidad hace crecer al intercesor en confianza y oración, sus problemas no son su centro de atención su centro es Cristo en quien deposita confiadamente todas sus peticiones que no son precisamente las propias sino las que movido por el Espíritu ha sentido en su corazón a favor de otros.
 
El Catecismo en su numeral 2564 dice: La oración cristiana es una relación de Alianza entre Dios y el hombre en Cristo. Es acción de Dios y del hombre; brota del Espíritu Santo y de nosotros, dirigida por completo al Padre, en unión con la voluntad humana del Hijo  de Dios hecho hombre. 
 
El servicio de todo intercesor cumple lo que dice San Pablo: “No hagáis nada por ambición o vanagloria, sino con humildad, considerando a los demás superiores a uno mismo, sin buscar el propio interés sino el de los demás. Tened entre vosotros el mismo sentimiento de Cristo” (Fil.2, 3-5) Esta gracia se alimenta orando como oraba Sor María Martha religiosa Orden de la Visitación  en Chambery – Francia:
 
Señor, permitidme ser esa piedra
Que su Sangre bebió,
Permitidme ser esa columna que a un mismo tiempo
Tu Sangre y la flagelación recibió.
Permitidme ser esa Cruz
Tálamo mortal  a la que
Tu santo cuerpo clavaron
Para ceñirte todo a mí.
Libradme os lo suplico
De ser esa corona de pecado
Que tu Santa Faz cubijó,
Libradadme te lo ruego de
Ser el látigo de la tibieza
Que laceró tu Carne y tu Corazón.
Impedid os clamo ser esos clavos
Que con la indiferencia
Traspasaron tus Pies y Manos,
No consintáis os lo ruego que sea esa lanza
Que tu Costado traspasó,
Permitidme Hermoso Mendigo de Amor
Ser ese sudario,
Tu vestido en la hora final.
 
Amén.