Nuestro papa Francisco siempre nos sorprende con los temas que propone. En la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium (La alegría del Evangelio) encontramos una serie de recomendaciones que hace especialmente a los sacerdotes para que las homilías sean “transformadoras” y que no suceda, como él mismo dice, que tanto fieles «como los mismos ministros ordenados, muchas veces sufran, unos al escuchar y otros al predicar».

Quisiéramos rescatar algunas de estas recomendaciones para que sean aplicadas en nuestras predicaciones.

Predicar como una mamá:

 «[…] la Iglesia es madre y predica al pueblo como una madre que le habla a su hijo, sabiendo que el hijo confía en que todo lo que se le enseñe será para bien porque se sabe amado».

Que el Señor brille más que el ministro:

«[…] que la palabra del predicador no ocupe un lugar excesivo, de manera que el Señor brille más que el ministro».

Cordialidad, calidez, mansedumbre y alegría:

«[…] la cercanía cordial del predicador, la calidez de su tono de voz, la mansedumbre del estilo de sus frases, la alegría de sus gestos».

Confianza activa y creativa en el Espíritu Santo:

 «La confianza en el Espíritu Santo que actúa en la predicación no es meramente pasiva, sino activa y creativa […] Un predicador que no se prepara no es «espiritual»; es deshonesto e irresponsable con los dones que ha recibido».

Amor para preparar la predicación:

«[…] la preparación de la predicación requiere amor. Uno sólo le dedica un tiempo gratuito y sin prisa a las cosas o a las personas que ama; y aquí se trata de amar a Dios que ha querido hablar. A partir de ese amor, uno puede detenerse todo el tiempo que sea necesario, con una actitud de discípulo: «Habla, Señor, que tu siervo escucha» (1 S 3,9)».