FUNDACIÓN HOMBRES Y MUJERES DE FUTURO

GUÍA DE PREDICACIÓN

Febrero 15 - 2017

DIOS ES ÁNIMO Y CONSUELO PARA TI

(Is 51,12-14)

 

OBJETIVO

Entender que el ánimo y consuelo de Dios van a la raíz del dolor y lo sana.  Pero esto no basta, su consolación va más allá de las situaciones del corazón porque quiere sanar incluso las situaciones causadas por la injusticia social.  Este actuar de Dios consolador se trata de su gran amor.  El Dios que consuela es el Dios Padre- Madre de su pueblo (Isaías 66, 13-14a)

INTRODUCCIÓN

En el corazón de las personas hay mucho sufrimiento y no son pocas las que experimentan en su interior la tristeza, la soledad o el peso de las culpas; y ese dolor es mucho mas pesado que el físico.

La auténtica salvación nos viene por Jesucristo, pero también cada uno puede hacer algo por salvarse a si mismo del sufrimiento que lleva adentro.  Lo uno no niega lo otro, al igual que la benevolencia del maestro no significa que el alumno no deba estudiar.  Debemos aprender contra qué debemos luchar y contra qué no.  

DESARROLLO

¿Qué entendemos por ánimo y consuelo?

Ánimo: Valor, esfuerzo, energía.  Se usa para alentar.

Consuelo:Acción y efecto de consolar: aliviar la pena o aflicción de las personas.

Si observamos la vida, la fe es el remedio más poderoso para calmar las penas de la vida.  Pero desafortunadamente son pocas las personas que disponen de una fe tan potente como para transformar el dolor en fuente de paz, de redención, de testimonio. Inicialmente hablaremos de una visión simplemente humana y luego miraremos el dolor desde el punto de vista de la fe y comprenderemos que el dolor visto desde aquí es el más liberador.

No hay especialista que con su análisis y terapia pueda liberarnos del sufrimiento humano.  Aceptar la salvación es el arte de vivir, y este arte se aprende viviendo. Pero no la vida como nos la muestra el mundo, si no la vida que vino a darnos Jesús cuando dice´Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia´ (Jn 10,10), Y esto es tarea nuestra, nadie puede vivir por nosotros.  Somos nosotros los que debemos optar por la salvación eliminando la angustia, recuperando la tranquilidad de la mente y el gozo de vivir. Nuestro problema es la sensación de que la vida se nos va sin haberla vivido y que están pasando los años y que vamos a morir sin haber vivido.  No nos falta nada, pero sentimos que nos falta todo.  Si se nos pregunta por una razón de vivir respondemos que no la tenemos; sentimos un vacío oprimente y un desgano general y no sabemos por qué. 

Frente a este panorama, aceptar la salvación también significa ir suprimiendo las fuentes de agonía mental, transponer las fronteras de la angustia, superar la preocupación obsesiva por nuestra persona y así recuperar la presencia de ánimo, la tranquilidad de la mente y las ganas de vivir. En suma, aceptar la salvación de Jesucristo significa conseguir la plena seguridad y ausencia de temor ir avanzando lenta pero firmemente desde la esclavitud hacia la libertad, y esta sagrada tarea es propia de cada persona. Debemos dedicar nuestros mayores esfuerzos en alejar de nuestras fronteras a unos de los enemigos de la vida: el sufrimiento y la tristeza.

Es tiempo perdido y pura ilusión pretender hacer felices a los demás si nosotros mismos no lo somos.  Hay que comenzar pues por uno mismo, haremos felices a los demás en la medida en que lo seamos nosotros.  Amaremos realmente al prójimo en la medida en que aceptemos y amemos serenamente a nuestra persona y nuestra historia.  El ideal bíblico se sintetiza en amar al prójimo como a ti mismo; la medida es, pues, uno mismo. Ya constituye un ideal altísimo el preocuparse por el otro tanto como uno se preocupa por si mismo. Tienes que comenzar pues, por ti mismo.

Ahora miremos el ánimo y el consuelo desde el punto de vista de la fe: la tercera Bienaventuranza presenta una idea que puede sonar absurda, puesto que declara felices a los que sufren: “Bienaventurados los que están afligidos porque ellos serán consolados” (Mateo 5,5). Precisemos ante todo que en esta Bienaventuranza no se está hablando del dolor en sí mismo sino de su causa, Jesús se está refiriendo a gente que ha sufrido desgracias y que en la actualidad vive en una situación de tristeza.  En la lógica del Reino de Dios el dolor es una Bienaventuranza porque abre una ventanita, para vislumbrar la luz de una nueva situación en la que Dios se manifiesta con todo su poder.

¿Por qué son bienaventurados los que lloran? Porque Dios los consolará, es decir Dios vendrá a ellos con el don de la alegría.  Pero atención, no se trata de un consuelo superficial, como aquellas condolencias que recibimos en tiempo de desgracia, pero que en realidad cambian poco nuestra situación.

El evangelio es un himno a la alegría porque su mensaje surge desde aquella región interior de Jesús habitada por la paternidad acogedora de Dios.

Si nos detenemos un momento, miramos hacia atrás en nuestras vidas y reflexionamos un poco descubriremos que tantos acontecimientos dolorosos de nuestro pasado que en su momento nos parecieron desgracias, hoy, al cabo de los años comprobamos que nos han traído mucha bendición, desprendimiento y libertad interior; y han resultado ser no desgracias sino hechos providenciales en nuestras vidas.  Lo que sucede es que este desprendimiento o comprobación sobreviene muy lentamente.  Cuando el cristiano se encuentra de repente con el sufrimiento su primera reacción suele ser la rebeldía, “¿por qué?” y la protesta es lanzada en el fondo contra Dios, sin tomar en consideración que Aquel a quien se dirige la protesta está en la cumbre del dolor, clavado en la cruz. Y la respuesta  al “¿por qué?” viene siempre de lo alto de la cruz.

Si de verdad queremos que estas reflexiones se concreten en un consuelo real y fuente de alegría es imprescindible cumplir con una condición: vivirlo todo en la fe, que quiere decir que el cristiano que sufre debe unirse conscientemente al Cristo doliente, debe acompañar cargando con paz su propia cruz a Cristo que sube al calvario llevando con amor la suya, debe no solo aguantar el dolor con resignación sino asumirlo amorosamente en forma consciente y voluntaria, sabiendo que de esta manera su sufrimiento igual que el de Jesús se torna fecundo y creador, en fuente de vida y redención.  Esto, se dará siempre y cuando asumamos las pruebas de la vida en el espíritu de Jesús, es decir de una manera personal, activa y consciente.

Cuando el cristiano, en ese caminar asociado al Cristo doliente cesa en su rebeldía, toma su cruz, se entrega y adora, entonces hacen su aparición el sentido salvífico del dolor y el misterio redentor de la cruz.  En este momento el dolor y la muerte son vencidos y el cristiano es visitado por la alegría y la paz.

CONCLUSIONES

En la tristeza, en la enfermedad, en el luto, en la persecución tiene el hombre necesidad de ánimo y consuelo.  Cristo en efecto es fuente de toda consolación (Filipenses 2, 1).

Sin sufrimiento no hay sabiduría, pero la tristeza le resulta tan amarga que el hombre no quiere saber nada de eso y vuelve la cara a otra parte.  Pero después de un cierto tiempo, al tomar una razonable distancia y perspectiva y tender una larga mirada, la mirada de la fe, en ese momento el hombre comienza a comprender que lo que sucedió fue una pedagogía divina, y en el fondo una predilección liberadora.

TALLER

1.    ¿Cuáles son las situaciones concretas que causan sufrimiento en mi vida? ¿Cómo asumo el dolor: con desespero o con esperanza?

2.    ¿En mi casa y en mi comunidad soy portadora de ánimo y consuelo?

BIBLIOGRAFÍA:

El arte de ser feliz.  P. Ignacio Larrañaga

En brazos del Padre.  P. Fidel Oñoro Consuegra