Las “V” del Apóstol Pablo: Pasión por la Misión
Julio 8 de 2009
La etimología o significado del término Pablo es: pequeño. Podríamos decir que esta idea se refiere a dos cosas: La primera hace alusión a su cuerpo, pues se habla que Pablo era un hombre de pequeña estatura. La segunda connotación nos puede conducir a entender que Pablo era un pequeño ante la grandeza de quien él mismo predicaba,
Jesucristo… "juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo" (Flp 3, 8). Por lo tanto, Pablo como Apóstol es el pequeño enviado de Dios para predicar el Evangelio a todas las naciones, gentiles y no gentiles, paganos y judíos.
El lema central de Pablo como apóstol es aquel que dijo refiriéndose a la comunidad de Corinto: “ay de mí si no predicara el Evangelio” (1 Cor. 9,16). Pablo fue un hombre infatigable por la misión y la prédica de Jesucristo a los gentiles. Un misionero excepcional, enamorado totalmente de Jesucristo: “Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mi” (Gál 2, 20). La pasión e identidad religiosa o espiritual consistía en llevar a la persona de Jesucristo a los lugares que él mismo se abría por la gracia y el Don del Espíritu Santo. Pablo era un representante, un embajador del cielo que se desgastó para que el mundo conociera el Evangelio. Este celo lo llevó a la muerte en Roma aproximadamente en el año 67. Las cualidades profundas de un verdadero misionero lo consagraron como el hombre más importante, después de Jesucristo en la historia del cristianismo.
Por ello, se hace necesario que en este contexto de reflexión sobre la figura de Pablo, observemos las “V” de este Apóstol por la misión, teniendo en cuenta que su trabajo incansable se fundamenta en la decisión y aceptación radical por la persona de Jesucristo.
El Papa Benedicto XVI, en la audiencia del miércoles 25 octubre 2006, decía de Pablo que: “él brilla como una estrella de primera grandeza en la historia de la Iglesia, y no sólo en la de los orígenes”. Pablo es el prototipo de misioneros y apóstoles en la iglesia Católica. Es un modelo de todos los hombres y las mujeres que desde su encuentro con la persona de Jesucristo han tomado la decisión de llevar en sus espaldas la noble y sublime tarea de evangelizar, de llevar el Evangelio a todos los lugares del mundo, aún aquellos que no hayan escuchado de Jesucristo, cumpliéndose las palabras de Jesús a sus discípulos :
“Id, pues y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os enseñado” (Mt 28 19-20ª ).
En la misma línea, el documento de Aparecida nos exhorta afirmando: “Con la alegría de la fe, somos misioneros para proclamar el evangelio de Jesucristo y, en Él, la buena nueva de la dignidad humana, de la vida, la familia, el trabajo, la ciencia y de la solidaridad con la creación” (DA Nº 103). Pablo VI en la Exhortación apostólica "Evangelii nuntiandi": “Evangelizar constituye la dicha y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda” (n. 4).
Las "V" de Pablo
Pablo fue un apasionado por predicar a quien fue y ha sido la Vida, la Vid, la Victoria, la Verdad, y también asumió con valentía los avatares de la misión, con decisión y voluntad, vocación y entrega. De ahí que traemos a colación las “V” de Pablo, en la pasión por la misión. Una misión que restaurará la dignidad de los hombres y de las mujeres en el mundo, sin interesar las dificultades o los problemas por los cuales se habrá de pasar para poder alcanzar personas para Cristo: “¿Quién nos podrá separar del amor de Cristo?” “¿El sufrimiento o las dificultades o la persecución o la falta de ropa o el peligro o la muerte? (Rm 8, 35), pues recordáis hermanos, nuestros trabajos y fatigas. Trabajando día y noche, para no ser gravosos a ninguno de vosotros, os proclamamos el Evangelio de Dios” (1 Tes. 2, 9).
Para Pablo la misión no sólo consistía en predicar el evangelio en los lugares por los que caminaba, sino que a su vez la misión como Apóstol era ganarse la vida eterna: “Hermanos, no digo que yo mismo ya lo haya alcanzado, lo que si hago es olvidarme de lo que queda atrás y esforzarme por alcanzar lo que está adelante para llegar a la meta y ganar el premio que Dios nos llama a recibir por medio de Cristo Jesús” (Flp 3, 13-14). La vida en Jesucristo era para él, disfrutar con Él la victoria definitiva del Reino de Dios, aunque esto implicara perder amistades, fama, honores: “hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseos; por la esperanza en la resurrección de los muertos me juzgan” (Hechos 23, 6), Pablo entendió que la mejor misión era conducir a todos los hombres y mujeres hacia la persona de Jesucristo, a aquél que había resucitado, y le había llamado.
Es así como podemos entender que Pablo es un sarmiento unido a la persona de Jesucristo, dando fruto, y que nos dice que la victoria se puede dar en el desierto de la vida cuando estamos dispuestos a triunfar, aunque llegar a la cima nos cueste: “Pero en todo esto salimos más que vencedores gracias a aquel que nos amó” (Rm 8, 37)
Las persecuciones y martirios que tuvo que pasar Pablo no fueron obstáculo para anunciar con alegría y entrega el Evangelio. Pasó su vida en medio de cadenas y cárceles, pero nada impidió que su espíritu de apóstol y misionero se detuviera: por Cristo y por el anuncio de Cristo, San Pablo padece cárceles, azotes, naufragios, peligros de ríos, de salteadores, días sin comer, noches sin dormir (cf. 2Cor 11, 22-31); pero su fuerza y su gloria están en Cristo Jesús; por eso exclama "todo lo puedo en Aquel que me conforta" (Flp 4, 13).
Dijo Benedicto XVI: “He aquí, la valentía y la voluntad desmedida para ser un representante de Cristo. Pablo al amar a Jesucristo había desnudado un celo paternal por las iglesias establecidas por él y conocidas a través de las epístolas canónicas que hoy podemos leer y meditar para encontrar un perfil cercano de este hombre de Dios, que a pesar de la necedad de aquellos a los que él predicaba, su espíritu valiente y decidido no se apagó (Gál 3, 1-5). No sólo, entonces, basta decir que amamos a Dios sobre todas las cosas, también debemos en nuestra misión, amar a Jesucristo en el hermano sobre todas las cosas, pues de ¿qué sirve que amemos a Dios, si no amamos a nuestro hermano? Y amar a nuestro hermano es salir de sí mismos para que él crezca en el amor de Dios. Pablo salió de sí mismo para que Cristo viviera en él. Esto es vocación.”
La Verdad está en las palabras y acciones de Pablo. Es así como podemos comprender que este apóstol misionero imitó el amor de Jesucristo. Así como Cristo era un enamorado del Padre, Pablo era un enamorado de la persona de Jesús. Sin embargo, lo anterior no significa que basta sólo decirlo o expresarlo con palabras. Pablo lo extendía con su vida para que paganos o judíos nacieran de nuevo como él mismo lo había experimentado en el camino a Damasco.
La misión no es de hombres y mujeres solitarios(as) sino de una comunidad de amor donde reine la Verdad, la Vida, la Victoria, la Vid Verdadera, la valentía, y la voluntad. La verdad es aquella que nos hará libres en la medida que seamos fieles a la palabra del Señor. Pablo guardó en su misión la fidelidad a Jesucristo, y como Apóstol consideró siempre que tenía este llamado por voluntad de Dios, lo cual nos afirma otro reino en su tarea evangelizadora: la humildad.
Ahora bien, el producto de ser un misionero apóstol como Pablo se sostiene en cuatro columnas: a) el fundamento en Jesucristo, b) el desapasionarse por lo que nos distrae, (el mundo), c) la decisión por el seguimiento y d) la aceptación de la cruz.
Un misionero como Pablo no podría predicar el evangelio si no experimentara las bendiciones del Señor, y más aún, si no fuera conciente que Aquél que está predicando está vivo en los corazones de cada hombre y mujer. La motivación es un afán santo que debe movernos a ejemplo de Pablo.
El Fundamento en Jesucristo: Si bien el fundamento de la misión es Jesucristo, nosotros somos la iglesia que debe edificarse en esta Roca. Es preciso que los cristianos, viejos o jóvenes luchen por llevar con su vida el evangelio desde el lugar donde nos encontremos. No es necesario en algunas ocasiones salir de nuestras casas o de nuestros barrios o de nuestras ciudades para predicar la buena noticia. Basta con que aquellos que tenemos cerca, conozcan de Jesucristo: “para esto trabajo y lucho con toda la fuerza y el poder que Cristo me da” (Col 1, 29).
Desapasionarnos por lo que nos distrae: Pablo nos exhorta en las epístolas a los Colosenses, Gálatas y a los Romanos, que si hemos encontrado a la persona de Jesús, no pensemos ya en las cosas de la tierra, sino en las del Cielo: “ya que ustedes han sido resucitados con Cristo, busquen las cosas del cielo, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Piensen en las cosas del Cielo, no en las de la tierra” (Col 3, 1-2). “Vivan conforme al Espíritu, preocupándose por las cosas del Espíritu (Rm 8, 5). ¿Tan insensatos sois? “Habiendo comenzado por el Espíritu, ¿termináis ahora en carne?” (Gál 3, 3). Es decir que una de las características del misionero es estar desapasionados por las cosas terrenales, por todo aquello que nos distrae de la persona de Jesús, el acomodo, la religiosidad, la individualidad, el dinero, la moda, la intelectualidad, etc.. Nosotros estamos en el mundo, pero no somos del mundo (Jn 17, 16); “nadie puede servir a dos amos, porque odiará a uno y querrá al otro”, o será fiel a uno y despreciará al otro (Mt 6,24).
La decisión por el seguimiento. No es posible seguir a quien no se conoce. Es imprescindible que conozcamos a quien es nuestro fundamento, Jesucristo, para seguirle con voluntad y vocación. Todos tenemos la vocación de ser cristianos y ser hijos de Dios. Somos sacerdotes, imágenes y embajadores de Cristo. Más aún, si sabemos de Cristo, pero no vivimos como él, pues el seguimiento se podrá tergiversar del sentido misionero. Descubrir a Jesús es sabernos acompañados de él para la misión. Conducidos a su vez por la persona del Espíritu Santo, en la cual nosotros nos gozaremos para seguir a Jesucristo sin condiciones.
La labor del misionero nos hará convencer de la tarea que nosotros tenemos en nuestras manos, y que sin duda nos conducirá al éxito de ver el Señorío de Jesucristo reinando en la tierra como en el cielo. No obstante la hermosura de la misión, conlleva momentos difíciles y adversos que nos pueden hacer sucumbir en la lucha por anunciar el Evangelio. Sin embargo, es ahí donde podemos descubrir una cuarta columna en la tarea incansable de ser misionero: La Aceptación de la cruz: “me alegro de lo que sufro por ustedes, porque de esta manera voy completando, en mi propio cuerpo, lo que falta de los sufrimientos de Cristo por la iglesia, que es su cuerpo” (Col 1, 24). Aceptar la cruz es precisamente, salir de nosotros mismos para hacer la voluntad del Padre, tal cual lo hizo Jesús, su Hijo amado, tal cual lo hizo Pablo. Prestos a la voz del Espíritu dejaron su voluntad a un lado para hacer de la misión confiada por el Señor su vida entera.
Conclusiones
La figura de Pablo en nuestra experiencia Cristiana nos enseña a ser, no sólo buenos misioneros, sino que a su vez, nos exhorta a ser animadores de nuevos hombres y mujeres para el servicio de nuestro Señor Jesucristo, a fin de que se extienda sobre toda la faz de la tierra el Reino de Dios. La tarea de la evangelización no era para Pablo una cosa nacida simplemente de su voluntad; sabía que era un encargo, una misión recibida: “Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. (...) Si lo hiciera por propia iniciativa, ciertamente tendría derecho a una recompensa. Más, si lo hago forzado, es una misión que se me ha encomendado” (1 Cor 9, 16-17).
La misión, para él, es claramente una vocación, no añadida a la de su ser cristiano, sino enraizada en él, porque en palabras del Concilio Vaticano II: “la vocación cristiana es, por su misma naturaleza, vocación al apostolado “(Apostolicam actuositatem AA Nº 2). Podemos reconocer las limitaciones pero no nos podemos detener; debemos llevar el mensaje de salvación a todos los hombres y mujeres en el mundo a fin de que todos seamos uno con el Padre. (Jn 17, 21) No somos nosotros los que cambiamos el corazón, sino el mismo Cristo que reside en cada uno de estos hombres y mujeres. Por eso, no cuentan los obstáculos por grandes que éstos sean.
Para reflexionar
¿Cómo estoy viviendo mi llamado de hijo de Dios y de misión en mi hogar, con mi familia, vecinos y amigos? ¿Hablo de Jesucristo? ¿Cómo lo hago?
Enumera, ¿qué características debe tener un misionero en la iglesia católica, además de las ya expuestas?