COMUNIDAD HOMBRES Y MUJERES DE FUTURO
GUÍA DE PREDICACIÓN
Marzo 4 - 2015
El Espíritu Santo en los Sacramentos
TEXTO BASE: MT 28, 20
Objetivo
Conocer cómo el sentido del Espíritu Santo en los sacramentos se constituye en condición de posibilidad vital para la comunidad desde el quehacer cristiano para la construcción de un mundo más humano y solidario.
Introducción
La presencia y actuación de la persona del Espíritu Santo en la historia de salvación, es y ha sido, objeto de estudio en las diferentes comprensiones y reflexiones de la Iglesia, y de la comunidad cristiana. Como consecuencia, precisar el sentido del Espíritu en la riqueza de los sacramentos, se descubre que el camino de acceso a Jesús y al Padre es una experiencia del Espíritu Santo y de sus dones derramados en la comunidad de los hermanos de Cristo, discípulos y servidores para y en la humanidad. De manera, que no se trata de un espiritualismo, comprendido como la relación con las realidades invisibles, no corporales e inmateriales, es una acción que actualiza a Jesús que ha revelado al Padre, en la historia presente, en el ahora de la vida de sus discípulos y de la Iglesia: He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28,20).
Por tanto, el punto de partida, será comprender que la acción del Espíritu Santo en los sacramentos no es una razón discursiva, encasillada o estática que pretende conservar en lo cotidiano un servicio pasivo, sino descubrir y captar en los sacramentos un encuentro personal y comunitario, creativo y dinámico entre la persona de Jesús y la comunidad que se reúne en un ámbito de fe, mediado, simbolizado, encarnado para renovar, constituir una comunidad, con sentido y valor a la misión, que construya y luche por el reino de Dios y su justicia en el mundo, desde la experiencia concreta y práctica de la acción del Espíritu en la historia.
Desarrollo
La gracia del Espíritu Santo en los sacramentos de la Iglesia, hace del discípulo del Señor, no solamente un miembro de la Iglesia, sino que además, lo compromete a ser testigo de Cristo en el mundo. De manera, que los misterios de la vida del Señor Jesús, no son cosa del pasado, sino por el contrario, se hacen presentes en la cotidianidad de los seres humanos. Los sacramentos, son expresión que abraza a la humanidad, a la familia y a todos los hombres dándoles el poder que proviene del Señor, como Verbo del Padre: Dios no es un concepto aprendido en el catecismo, Dios toca la existencia de los seres humanos, hombres y mujeres.
El Espíritu Santo en los sacramentos no viene a realizar algo nuevo y distinto a lo ya cumplido en Cristo (Cf. Jn 14, 26). El Espíritu Santo actúa siempre como Espíritu de Jesús. Es así, como se pretende comprender y conocer el sentido de la persona del Espíritu Santo en los sacramentos de la Iglesia.
¿Qué tiene de común los sacramentos y la persona del Espíritu Santo. Como primera premisa, los sacramentos, son saturación, acción del Espíritu Santo. Por ello, no se racionalizan o se piensan, sino que se viven y se experimentan, no como algo meramente ritual, sino en los diferentes espacios de la vida humana, ya sea familiar, social, comunitario. Es decir, que los sacramentos se hacen visibles en la relación con los otros y en la acción del servidor que con actitud transformadora busca responder al amor de Dios. De ahí, que los sacramentos, como signos visibles del amor de Dios se constituyen en posibilidad para los creyentes porque los invita a experimentar una y otra vez lo celebrado para sellarlo, con la ayuda del Espíritu Santo en la misión de la Iglesia, que no es otra cosa que comunicar la vida, el anuncio de la persona de Jesucristo en el mundo. Es decir que la acción del Espíritu Santo en los sacramentos no solo suponen y expresan la fe, sino que también la alimentan, la enriquecen con el fin de que quien los experimente, no se modifiquen solamente así mismos, sino que modifiquen el mundo: El sacramento e su corazón, la gracia su dinamismo[1].
La acción del Espíritu Santo en los sacramentos, se considera entonces, como aquella experiencia que hace de los hombres y de las mujeres, de la comunidad eclesial y familiar, personas nuevas, integrales, saturadas de la presencia de Dios, creaturas que hacen lo que él hace. Y así,…nos enteramos de si su amor está realizado entre nosotros[2].
La presencia eficaz de la persona del Espíritu Santo en la celebración de los sacramentos se convierte para los cristianos en una constante apertura a la acción y advenimiento de la persona del Espíritu Santo. Esta realidad maravillosa permanece en el seguimiento de todo aquel que busca transformar, la comunidad, la sociedad, la cultura.
La experiencia de los sacramentos, son una forma continua de recibir la gracia, el don poderoso, y siempre nuevo del Espíritu Santo. Don que anima, aviva, fortalece, alimenta y hace vivir a la comunidad, a la iglesia, a la humanidad según la acción del resucitado y salvador Jesucristo: …el Maestro interior que conduce al conocimiento de la verdad total, formando discípulos y misioneros. …por lo cual los seguidores de Jesús deben dejarse guiar constantemente por el Espíritu (Ga 5, 25), y hacer propia la pasión por el Padre y el Reino: anunciar la Buena Nueva a los pobres, curar los enfermos, consolar a los tristes, liberar a los cautivos y anunciar a todos el año de gracia del Señor (Cf. Lc 4, 18-19) (DA N° 152).
A través de la vivencia de los sacramentos, entonces, el advenimiento del Espíritu Santo llena los corazones de los hombres y de las mujeres, de sus carismas y dones, apuntando a que ellos descubran la acción, el amor de Dios personalmente, pero llamados a ser esa imagen visible de ese amor en el mundo: El amor humano encuentra su plenitud cuando participa del amor divino que se entrega solidariamente por nosotros en su amor pleno hasta el fin… (DA N° 117).
¿Por qué se implora la fuerza del Espíritu Santo en los sacramentos de la Iglesia? Porque todo lo que consagra el Espíritu Santo deja de ser lo que era para orientarlo, animarlo hacia la construcción del el Reino de Dios en el transcurso de la historia y de la realidad humana. La presencia del Espíritu Santo en los sacramentos rescata la dimensión comunitaria y la moral, la ética, los valores de la humanidad, buscando, hacer cosas nuevas, creaturas nuevas que hagan cosas mayores (Jn 14, 12).
En este sentido, el sacramento es la persona, el discípulo, el servidor, la comunidad, llena, bautizada, ungida del Espíritu Santo que “estalla” hacia afuera para inundar a otros de lo que ha recibido por gracia. De manera, que el servidor es carisma invadido por la persona del Espíritu Santo impulsado a salir de sí mismo, de sus egoísmo, de sus seguridades para hacer comunión con los demás seres humanos; esperanza y salud, para el mundo: en la medida que la persona se abra al acontecer divino del Espíritu Santo, el sacramento se hará vida, o si no de lo contrario, se quedará en un mero ritual.
De manera, que las palabras, los gestos que se realizan en la celebración de los sacramentos son signos que deben penetrar en el corazón de las personas, con el fin de discernir en la voluntad salvífica de Dios, donde el ser humano de fe encuentra lo que le agrada a Dios, de lo que le agrada al Señor. Es así como se comprende que las personas de fe no son jamás analfabetas, sino que son alguien capaz de leer el mensaje del mundo, un ser que, en la multiplicidad de lenguajes, puede leer e interpretar, pues no es un mero manipulador de su mundo, sino alguien capaz de leer el mensaje que el mundo trae en su interior[3].
Por tanto, la acción del Espíritu Santo en los sacramentos será una experiencia que parte desde el discernimiento de la persona, como un ser libre (Cf. Ga 5,1), espontáneo que no se deja encerrar en los distintos tipos de esclavitud. Es decir, que los discípulos del Señor desde el encuentro sacramental fundamentan su relación con la persona del Espíritu Santo y con los demás, asumiendo un compromiso, una responsabilidad de liberación integral. El sacramento no puede prescindir de la historia, de la realidad y del corazón del hombre porque significaría cortar con la raíz de la creación y de la vida. El encuentro personal y comunitario con el Espíritu Santo no se concibe bajo un parámetro espiritualista, es una espiritualidad, un estilo de vida, una forma de hacer presencia en el mundo, de concebir la existencia, y por ende de asumirla con alegría, con gozo, con deseo de renovarla y transformarla.
Conclusión
El sentido de la persona del Espíritu Santo en los sacramentos de la Iglesia, contienen una riqueza profunda y maravillosa, donde el centro es la persona de Jesucristo. Por ello, no puede el sacramento estar desligado del significado de la vida y de la historia de los seres humanos. Jesús a través de los sacramentos, se actualiza por la humanidad como comunidad del Espíritu, cuerpo de Cristo. De ahí, que por el Espíritu Santo, la comunidad, sacramento de vida, revela la realidad de Cristo, a pesar de que la historia revele una imagen desfigurada del Señor. Cada nueva comunidad, cada corazón abierto a la acción del Espíritu Santo es una nueva creación y humanidad nueva, un nuevo Pentecostés que va suscitando en sus discípulos el camino permanente del Señor en toda dimensión humana, ya sea social, comunitaria, religiosa, y familiar.
Taller
- ¿Qué puedes aprender de los signos y de los gestos que ves en los sacramentos?
- ¿Cuáles de los signos de los sacramentos puedes hacer vida en tu historia?
- ¿Qué significa para ti que la acción del Espíritu Santo obre en el sacramento de tu corazón?
BIBLIOGRAFÍA
CASTILLO, José M. El discernimiento cristiano. Por una conciencia crítica. Ed. Sígueme- Salamanca 1994
BOFF,Leonardo. Los sacramentos de la vida y la vida de los sacramentos. Sexta Edición. Iglesia Nueva, Bogotá 1987.
Documento de APARECIDA
Biblia de Jerusalén
[1]BOFF, Leonardo. Los sacramentos de la vida y la vida de los sacramentos. Sexta Edición. Iglesia Nueva, Bogotá 1987. Pág. 67
[2]CASTILLO, José M. El discernimiento cristiano. Por una conciencia crítica. Ed. Sígueme- Salamanca 1994. Pág. 119
[3] BOFF, Leonardo. Los sacramentos de la vida y la vida de los sacramentos. Sexta Edición. Iglesia Nueva, Bogotá 1987. Pág. 11